La realidad, maldita rival

MIÉRCOLES

Hermelinda, acuérdate de Antonio

En los últimos tiempos de su vida el escritor peruano Antonio Cisneros Campoy, que se murió ahora, en octubre, en su Lima natal, a los 69 años, había pasado un curso intensivo para convertirse en un cariñoso abuelo de vanguardia. Tenía una relación muy personal con Dios y le daba miedo llegar al paraíso sólo con el aval de ser uno de los grandes poetas de Hispanoamérica, seguido por el expediente borrascoso de su bohemia, su pasión por los banquetes rociados con alcoholes y sus deserciones a la servidumbre de la religión.

Con esa escuela secreta quería presentarse como un buen viejo dedicado a sus nietos, un señor hastiado de barras y manjares y de las mujeres que pasan aleladas por su barrio limeño de Miraflores. Llegó a decir: «Toda mi vida he vivido sin que me importe demasiado la cultura ni la poesía ni la bohemia, no está entre mis prioridades qué obra tengo que hacer o dejar. Me importa un comino. Más me importan mis nietos».

Ojalá que le hayan creído los asesores que tramitan en el cielo los ingresos en el Reino del Señor, porque, para quienes siguen en la dura vida material de la Tierra, Toño Cisneros es un creador total, un hombre de la cultura y de la calle querido por su poesía irónica, espléndida, levantada como un coro de pequeñas sinfonías en las que tienen la misma fuerza submarina la emoción y la música.

Cisneros era un tipo avasallador que no creía «en los dogmas, en las grandes verdades, en las afirmaciones a prueba de balas». Tampoco en las élites literarias o políticas. Y, aunque enseñó en universidades peruanas, europeas y de Estados Unidos, le daba más crédito a las profundidades de una conversación animada por las etiquetas de las cervezas que a las sesiones académicas y a las disquisiciones teóricas sobre el arte puro o el arte de gobernar.

Además de la poesía (escribía un libro nuevo cuando lo vinieron a buscar), Toño Cisneros fue un cronista intermitente pero fiel. Publicó seis libros con sus memorias de viajes y las notas periodísticas que escribía para la prensa de Lima. Siempre, con una prosa poética recargada de referencias literarias (como sus versos) y abierta al humor, al drama, a la anécdota y las observaciones más inteligentes y conmovedoras.

El poeta aparece inscrito en la generación de autores de los años 60 y, en realidad, fue un escritor sin comparsa. Prefería la soledad para caminar. Se reconoce entre dos o tres amigos: Javier Heraud, César Calvo, Arturo Corcuera y Rodolfo Hinostroza, entre otros. «Sólo creo en los equipos de fútbol», dijo, «donde son 11. El resto baila con su pañuelo».

En el Perú hay una mezcla de sorpresa y dolor, como tiene que pasar en México, Santiago de Chile, Buenos Aires, París, Budapest y aquí, de manera especial en Logroño, a donde vino por última vez en 2008, para participar en las Jornadas de Poesía.

Voy a despedir a Toño Cisneros con el recuerdo de estos versos del poema Crónica de Lima: Y tuve una muchacha de piernas muy delgadas. Y un oficio / Y esta memoria -flexible como un puente de barcas- que me amarra/ a las cosas que hice / y a las infinitas cosas que no hice,/ a mi buena o mala leche, a mis olvidos. / Que se ganó o perdió entre esta agua. / Acuérdate, Hermelinda, acuérdate de mí.

DOMINGO

Un muchacho que venía de lejos

Gabriel García Márquez, el oscuro redactor de mesa de la zona de Magdalena, y estudiante de abogacía que escribía notas de cine en El Espectador y reportajes para El Universal, lo que hacía con sus crónicas diarias era un ensayo, un experimento consciente y premeditado que le permitiera lanzarse después a inventar el realismo mágico.

Cuando llegó el tiempo de la consagración y le mandaron a hacer un liquilique para que se lo fuera a estrenar a Estocolmo en la entrega del premio Nobel, el hombre seguía fiel a las redacciones escandalosas donde se hablaba a gritos y se podía fumar.

Una vez dijo que la mitad de su Nobel se lo debía al periodismo. Y es esa zona de la obra del colombiano la que se ha recordado en estos días en Ciudad de México durante la celebración de Nuevos cronistas de Indias, un encuentro de unos 80 escritores y periodistas de 15 países de América Latina.

En los coloquios realizados para evaluar la importancia de la crónica periodística como un género de mucho arraigo, vigencia y provenir en aquella región participaron autores como Sergio Ramírez, Juan Villoro, Julio Villanueva Chang, Martín Caparrós y el norteamericano Jon Lee Anderson.

El colombiano Jaime Abello Banfi afirmó que la crónica es la novela de la realidad y el punto donde se encuentran el periodismo y la literatura.

García Márquez encontró en la vida caribeña la solución del enigma de la crónica y la ficción. Esto es lo que escribe: «Yo nací en el Caribe. Lo conozco país por país, isla por isla, y tal vez de allí provenga mi frustración de que nunca se me ha ocurrido nada que sea más asombroso que la realidad. Lo más lejos que he podido llegar es a trasponerla con recursos poéticos, pero no hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga su origen en un hecho real».